En estos días de
invierno, donde ha llovido todos los días del mes de Enero sobre
Galicia, en un claro intento del clima por afianzar sus tópicos, se
me ha ocurrido recordar viejos clásicos de la literatura de
Ciencia-Ficción. Pero no los grandes clásicos conocidos por el
lector general, sino los que podíamos llamar latentes: grandes
obras, poco pretenciosas en origen, que se han conservado en el
imaginario de sus lectores y se han convertido poco a poco, con el
paso de las décadas, en clásicos de primer orden, recomendados pese
a su sencillez o falta de trascendencia en un principio.
Un ejemplo claro es el
Ciclo de Tschai de Jack Vance.
De Vance hay textos y
obras de referencia de sobra, así que solo me centraré en este
ciclo, escrito a finales de los sesenta y principios de los setenta, cuando nació el tarambana de mi amo.
Como pequeña sipnosis,
decir que Tschai es un planeta al que va a parar un explorador
espacial, Adam Reith, ejemplo de héroe americano capaz de resolver
cualquier entuerto. En el planeta viven cuatro razas alienígenas a
cada una de las cuales el autor dedica un libro. Pero, para sorpresa
de Adam, también hay seres humanos.
A lo largo de las cuatro
obras del ciclo, Adam irá conociendo a esas cuatro razas y a los
humanos que viven en el planeta, ya sea como seguidores o esclavos de
alguna de esas razas o como pueblos libres. Hará amigos y enemigos,
será hecho prisionero y liberará pueblos de la esclavitud, cruzará
estepas, oceános y desiertos, viajará por las profundidades
cavernosas del planeta y por su cielo, tendrá amoríos y batallas,
conocerá civilizaciones únicas y costumbres absurdas... no busquen
filosofía, es pura aventura y acción, pero es también pura
maravilla de principio a fin.
El estilo de Vance es
sencillo y claro, poco amante de florituras, propio de la novela de
aventuras, pero no es nada burdo. Describe en una página lo que, por
ejemplo, Martin tarda en siete en su saga de tronos incómodos. Pero
lo hace con el mismo poder evocador. Un estilo conciso que no
necesita más palabras que las que emplea para meter al lector en un
escenario de aventuras bien enlazadas y de un ritmo trepidante. No
es space opera al uso, es un estilo único difícil de encuadrar, que le da
una singularidad especial.
Desde luego, no es una
lectura trascendente, pero tiene lo que cualquier lector busca en una
obra de aventura y pocas consiguen, ya sean de piratas, monstruos o
de naves espaciales: es muy entretenida y engancha.
Acompañas sin
aburrirte a Adam y el par de amigos dispares que se hace (un joven de
las estepas y un fugitivo hombre-dirdir) en su deambular de aventura
en aventura, mientras buscan una nave para salir del planeta y se
encuentran con una variada clase de personajes secundarios, la
mayoría hostiles o de poco fiar, pero todos interesantes y curiosos.
Les aconsejo esta saga
felinamente. Las portadas de arriba son de la edición española de
los años ochenta, muy difícil de conseguir hoy en día y no ha
habido reediciones. Pero en la red es fácil encontrar la saga
completa para su descarga. Una obra que es una buen camino para
empezar a conocer a este escritor tan singular.
Quizá sea un
sentimental, pero no hay lectura mejor que la de un planeta lleno de
aventuras, mientras ves como la lluvia golpea la ventana hora tras
hora.
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