Llegando el otoño, mi amo piensa publicar una
nueva colección de cuentos, para aumentar el sufrimiento de la sociedad actual.
No puedo decir mucho más por ahora, solo que no se puede evitar y que tendrán
que sufrirlo con paciencia.
Hablando de sufrimientos, he estado leyendo un
libro ameno, pero en el fondo muy tétrico, sobre la trata de esclavos. Escrito por Hugh Thomas, en su habitual estilo
narrativo, muy británico, no carente de profundidad y excelente
documentación. Es un libro que ya tiene
sus años, pero plenamente vigente en sus conclusiones; que son las mismas que
tengo yo sobre el ser humano, o sea, que es una alimaña que debemos controlar y
a quien solo salva de la condena eterna el hecho de que nos alimente y limpie
la caja de arena.
Tras una introducción a la esclavitud desde la
Antigüedad hasta finales de la edad Media, Thomas comienza a hablar de la trata
de esclavos en sí, que va desde el siglo XV, cuando la comienzan los
portugueses, hasta el XIX, cuando se consigue abolir por presiones inglesas,
principalmente. Su etapa de gloria serán
los siglos XVII-XVIII cuando el comercio de esclavos desde África a América se
convierte en la base de la riqueza de importantes ciudades europeas y crea un
entramado de intereses que buscarán toda clase de excusas para un negocio que
nunca se vio bien, pero siempre se consideró “necesario”. Porque, ya saben,
entre los humanos todo lo que da mucho
dinero es siempre “necesario”.
Millones de personas navegarán encadenados en
pésimas condiciones durante tres siglos, con una tasa de mortalidad en el viaje
alrededor del 10%, a veces más, hacia una vida de esclavitud, a cambio de barriles
de alcohol, telas, pólvora y baratijas.
Ningún país europeo se salva de este comercio inmundo, hasta Dinamarca
probará con excelentes resultados. Ciudades como Nantes, Liverpool, Bristol o
Burdeos basan su crecimiento económico en familias dedicadas a este negocio y
todo lo que rodea su transporte, desde la construcción de barcos a la
fabricación de barriles de vino, que es muy codiciado por los príncipes y
señores africanos, que no dudan en vender a sus semejantes a los blancos por
unos cuantos barriles.
Se construyen fortalezas en la
costa africana, se libran batallas navales, se revuelven reinos enteros y se
dan toda clase de justificaciones, como decir que los esclavos vivirán mejor,
cristianizados en la esclavitud de las plantaciones, que libres, pero paganos,
en sus tribus de origen. Toma ración de sabiduría.
Y al final, gracias a los
esfuerzos de los cuáqueros, se empieza a difundir por Gran Bretaña la idea de
que la trata es inmoral, como primer paso para atacar a la esclavitud. Porque,
con mucha inteligencia, los primeros abolicionistas se dan cuenta que si se
suprime la trata, el gran negocio, ya no queda futuro para la esclavitud. Así se conseguirá suprimirla en 1807, en Gran
Bretaña, y luego, aunque con más resistencia de la esperada, la misma
esclavitud acabará suprimida en 1833. Poco a poco irán haciendo lo mismo otros países.
A falta de negocio, ya no era “necesaria”.
Así es la humanidad… y luego me llaman animal como si fuera un insulto
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