En estos días de aislamiento entre humanos y donde pararse
para hablar en la calle suena a pecado, no hay nada como una novela que nos
presenta una sociedad donde la gente tiene asco de estar en grupo, tocarse
entre sí y ni siquiera desea verse de cerca... a menos que sea por hologramas.
Si además hay un asesinato por medio y una estructura semejante a las novelas
de Agatha Christie, donde el lector recibe todos los datos en los primeros capítulos
para que tenga la oportunidad de resolver el crimen antes del final, entonces
tenemos una bien amalgamada historia de misterio y estudio social.
Asimov pertenece, y
se puede decir que lidera, a la era clásica de la Ciencia Ficción americana,
que va de los 50 a los 70, y esta es una de sus novelas más peculiares y entre
las más conocidas en su prolífica carrera, que pertenece a sus historias de
robots, que junto con la saga de La Fundación son sus obras más destacables.
Todo empieza cuando
ocurre un asesinato en el planeta Solaria, una colonia humana donde solo viven
20.000 personas solitarias, alejadas unas de otras por amplios espacios y
servidas por un ejército multitudinario de robots parcos en palabras, que hacen
las tareas rutinarias, mientras los solarianos se dedican en sus enormes
latifundios a la ingeniería robótica, el arte abstracto y al diseño de sus
descendientes, de manera que no tengan que juntarse para el asqueroso y
repulsivo acto de reproducirse. Todos los solarianos desde que nacen son
criados, educados y mantenidos por solícitos robots. El contacto social con
otros humanos es visto con profundo desprecio, teñido de un silencioso miedo
que llega al asco. Yo, como gato, apruebo este argumento con sonoros aplausos.
Así que cuando ocurre
un asesinato, surge una verdadera conmoción. Porque no ha podido ser uno de los
millones de robots del planeta, ya que nunca infringen las tres leyes de la robótica,
la primera de las cuales prohíbe matar humanos. Así que ha tenido que ser un
solariano, por absurdo que parezca.
Para resolver este
inconcebible misterio llegan desde la primitiva y promiscua madre Tierra, llena
de gente que se toca, habla de cerca y hasta se besa, el detective Elijah Baley
y su compañero robot R. Daneel Olivaw, que comenzarán una ardua investigación
entre los distantes y esquivos solarianos.
Pero el Sol Desnudo
no es solo una novela de crimen y misterio en un mundo futurista, o más bien,
alternativo a la Tierra. En esta novela, Asimov deja a un lado su probada
habilidad para ofrecer entretenimiento y aventura espacial, propio la Ciencia
Ficción americana de su época, y se pasa al estudio de una sociedad humana
tecnificada, hasta el extremo de abandonar el contacto social y adorar el
aislamiento autista de sus miembros como cumbre y meta de la civilización.
Más de una vez el
lector podrá hacer inquietantes paralelos entre los aislados solarianos y
nuestro momento actual, y no solo me refiero a la pandemia.
Pero aparte de todo
esto, la novela también es una historia de amor, única y original en la
literatura, entre un personaje agorafóbico, que no soporta los amplios
exteriores de Solaria, y otro obsesivo-compulsivo, que no soporta ser tocado,
los cuales protagonizan una de las escenas finales más logradas de la historia
de la ciencia ficción.
Verán como es difícil de olvidar la frase que da origen al título:
"Vio como sus rayos bañaban hasta el
último rincón de la ciudad, los rayos del sol desnudo"
Me recuerda mis siestas en la terraza.
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