Después de unos meses mostrando el mensaje publicitario de la obra de mi humano, creo que ya estoy libre de cualquier obligación moral con ese infraser que me da alimento y cobijo. Aparte de que la moral y un felino son términos contrapuestos. Por lo que retomo mis divagaciones sobre mi existencia divina, que es lo que me importa.
Hace unos días, me encontraba mirando la ría desde la ventana, en mi posición zen de observación. El mirar el mar me relaja, pues no deja de ser una masa informe, ondulante y rellena de sombras, como un sueño sin complicaciones. Mi humano se ufanaba a mis espaldas en montar una estantería, otra más, para su creciente colección de libracos; de los cuales, aparte de perder el tiempo en su lectura, no saca ideas ni conclusiones, pero que le hacen sentirse un intelectual incomprendido y orgulloso.
Así que pensé que frente a mí, estaba lo primigenio, la masa sin forma ni sentido, el abismo que es el origen del universo en muchas culturas y que, según la ciencia, no deja de ser una creencia bastante cierta, pues sus profundidades son el origen de la vida sobre la Tierra. Por otra lado, a mi espalda, estaba el orden racional, la forma sometida a la idea, el pensamiento en la materia... y no, no me refiero a mi humano ufanoso, ni de coña, sino a la estantería de seis baldas que estaba intentando montar; una forma geométrica, diseñada, sencilla y armónica.
Y en el medio yo, un gato, el justo término medio, la perfección.
Hay días que la realidad nos da pistas y las pillamos.