miércoles, 14 de abril de 2021

Esos cincuenta

  


   Mi humano ha llegado al medio siglo. Pertenece a una especie que piensa que vivir mucho es una buena idea. La cantidad por calidad, el viejo dilema de la existencia que los gatos hemos resuelto hace mucho.

 Como cumplir años vuelve melancólicos a los humanos, el mío recordó el otro día un episodio de su infancia, cuando paseaba con su padre, una tarde de verano, por la orilla de la playa. Mi humano tenía ocho años y su padre acababa de cumplir los cincuenta. Se pueden imaginar que para el niño tal edad resultaba lejana y misteriosa, una cumbre lejana que a su padre debía haber costado esfuerzo y penurias. Por lo que preguntó a su padre, con total inocencia, si se había vuelto un viejo. 

 La reacción fue súbita, sin palabras, su padre corrió de repente al mar y, entre chapoteos de buey, porque era gordo de barriga orgullosa, se lanzó de cabeza a una ola que llegaba a la orilla. Luego surgió tras la espuma, como lomo de cachalote, nadó a toda prisa unos cinco metros, sin levantar la cabeza, frenó, tomó aire a boca abierta, y se volvió andando con el agua a la cintura, dando pasos de cruzado por Jerusalén.

-¿Qué, te parezco viejo? - le respondió al llegar a su lado, entre jadeos pero aguantando el tipo..

 Mi humano se quedó sorprendido de la vitalidad de su padre a una edad que, desde la perspectiva de sus ocho años, sospechaba que era la pura ancianidad. La sorpresa fue de tal magnitud que es uno de los recuerdos más claros que le quedan de su padre. Sobre todo porque nunca más lo volvió a ver nadando o corriendo.

Me dan ganas de preguntarle si ahora él se siente viejo. Quizá sea divertido verle saltar en la bañera.