jueves, 16 de noviembre de 2023

No reply

 



 Se acerca el invierno y un nuevo año, por lo que mi humano está preparando la salida de otra novelita con la que torturar a sus congéneres. Anda buscando a su ilustrador de siempre para las portadas, que no responde a sus mandatos, imagino que para preservar su salud mental. Aunque mi humano, en su inocente ignorancia, piensa que es porque le ha pasado algo grave. 

 Todo esto me ha llevado a meditar en el sofá, entre siestas y estiramientos de patas, sobre el frágil hilo que sostiene la mayoría de las relaciones en la actualidad. Gran parte de ellas ya son virtuales, con gente a distancia sideral, que, a veces, se ven en persona, pero otras veces, cada vez más, no se ven casi nunca en la vida, o en fechas fijas cada x dilatado de tiempo; y un día, un corte repentino en la via de comunicación, sin motivo aparente, lo cesa todo, no hay nadie que responda en la pantalla. Fin repentino.  

 Entonces surge la duda y la gente se da cuenta de que realmente no sabe nada de esas personas, de su vida cotidiana, de los apuros, de las nimiedades que rigen nuestras vidas pero que el protocolo de las redes aconseja no mencionar, porque las redes, como todo medio de comunicación, tiene su etiqueta. Y ya no molestas, te preocupas pero no insistes, no quieres parecer pesado, pero te sientes abandonado, aunque tengas 50 contactos más en tu lista. Si hay un amigo común, pides que pregunte, con disimulo, alguna explicación. Pero suele pasar que ese contacto común no sabe tampoco qué pasa, también está sin respuesta, porque se comunicaba como tú, a distancia mediante una red invisible que ya no devuelve los mensajes. Fin repentino.

 Me dan pena las humanos. Se sorprenden por las desapariciones, cuando los gatos sabemos, que en la realidad, lo raro es que algo permanezca. 

 Pero qué le vas a pedir a seres que ni pueden lamerse los genitales. 

martes, 16 de mayo de 2023

Sobre un veneciano


 

“Señores emperadores, reyes, duques y marqueses, condes, hijosdalgo y burgueses y gentes que deseáis saber las diferentes generaciones humanas y las diversidades de las regiones del mundo, tomad este libro y mandad que os lo lean…”

 Así comienza una de las obras que más han inspirado a los exploradores desde la Edad Media hasta hoy. El libro de cabecera de Cristóbal Colón, la obra escrita por uno de los viajeros más famosos y embaucadores de la Historia, dictada entre las paredes de una celda.

Allí acabó nuestro comerciante veneciano, maese Marco Polo, cuando fue apresado en la mar por los eternos enemigos de Venecia, los genoveses. Si no fuera por este arresto y el tiempo que pasó preso el eterno viajero, dictando sus aventuras para pasar el rato a su compañero de celda, Rustichello de Pisa, quizá nunca conoceríamos su viaje al lejano oriente y las maravillas que vio “que no pueden dejarse en silencio.”

Marco Polo le habla al asombrado Rustichello de la patria de los tres reyes magos de Oriente y de sus tumbas con los cuerpos todavía incorruptos de Gaspar, Melchor y Baltasar; escucha las voces de espíritus que lo llaman en la noche silenciosa del desierto de Takla Makan; nos describe el maravilloso palacio móvil de Kublai, hecho de bambú, con su extenso jardín cerrado lleno de árboles, flores, fuentes y animales exóticos para disfrute del gran señor; de la espléndida corte que le acompaña, compuesta por nobles, soldados, sabios, monjes y magos… de las cacerías del Gran Kan, que no se acompaña de perros, sino de una manada de tigres. 

 Informa al público europeo de la magnificencia de la ciudad mítica, Xanadú, nombre que a partir de este momento se convertirá para la cultura occidental en sinónimo de esplendor y opulencia. Nos habla de los bacsi, los monjes budistas que dominan la corte del gran Kan y que en los suntuosos banquetes ofrecidos por el emperador usan técnicas de telequinesia para acercar la copa de vino o los manjares a la boca de su señor: camareros concentrados, desplazando objetos con su mente. ¿Magia pura o simple imaginación del autor? Da igual, todo lo que cuenta es fascinante, evocador y apasionado. Los 20 años de su viaje y estancia en Oriente son un continuo desfile de asombro y maravilla, ¿Quién somos para llamarlo mentiroso?, ¿Acaso importa? Marco Polo curiosea y pregunta por todo, y su mente, medieval todavía, reinterpreta el mundo como un cuento de fantasía.

Marco Polo, en el fondo, es muy gato. 


jueves, 19 de enero de 2023

Otro invierno

 



 Tras un otoño apacible y unas navidades estresantes, como lo son todas la navidades para los gatos caseros, me encuentro de nuevo mirando por la ventana un temporal de invierno. Vuelve la rutina, aunque resulta gratificante observar el espectaculo de la naturaleza cuando no tienes que sufrirlo. Desde esta altura, se ve la ría con tupé de olas y las ramas de los árboles sufriendo histeria colectiva; hay bolsas y cartones que vuelan como gaviotas borrachas... en fin, son días en que notas que el mundo gira.  

Los gatos somos semejantes a dioses, bien lo sabían los egipcios y lo sabe mi humano, que sigue imitando mi vida; el ejemplo a seguir, aunque dificil de conseguir, porque no crean que alcanzar el gozo felino está al alcance de cualquiera. El sentirse feliz con estar simplemente vivo exige duro esfuerzo y concentración constante, sobre todo en los humanos, que vagan por los campos del deseo como ratones silvestres. Pero cualquier bípedo, como le pasa al mío, ya se siente confortado con alcanzar un atisbo de esa placidez que yo disfruto diariamente. Es así de humilde. 

Ya lo manifestaba Montaigne, noble prudente y tranquilo, ensayista a ratos y muy francés en su gusto por los guantes perfumados, que la principal ocupación de su vida consistía en pasarla lo mejor posible. Lean sus ensayos, que destilan sabiduría.