jueves, 16 de noviembre de 2023

No reply

 



 Se acerca el invierno y un nuevo año, por lo que mi humano está preparando la salida de otra novelita con la que torturar a sus congéneres. Anda buscando a su ilustrador de siempre para las portadas, que no responde a sus mandatos, imagino que para preservar su salud mental. Aunque mi humano, en su inocente ignorancia, piensa que es porque le ha pasado algo grave. 

 Todo esto me ha llevado a meditar en el sofá, entre siestas y estiramientos de patas, sobre el frágil hilo que sostiene la mayoría de las relaciones en la actualidad. Gran parte de ellas ya son virtuales, con gente a distancia sideral, que, a veces, se ven en persona, pero otras veces, cada vez más, no se ven casi nunca en la vida, o en fechas fijas cada x dilatado de tiempo; y un día, un corte repentino en la via de comunicación, sin motivo aparente, lo cesa todo, no hay nadie que responda en la pantalla. Fin repentino.  

 Entonces surge la duda y la gente se da cuenta de que realmente no sabe nada de esas personas, de su vida cotidiana, de los apuros, de las nimiedades que rigen nuestras vidas pero que el protocolo de las redes aconseja no mencionar, porque las redes, como todo medio de comunicación, tiene su etiqueta. Y ya no molestas, te preocupas pero no insistes, no quieres parecer pesado, pero te sientes abandonado, aunque tengas 50 contactos más en tu lista. Si hay un amigo común, pides que pregunte, con disimulo, alguna explicación. Pero suele pasar que ese contacto común no sabe tampoco qué pasa, también está sin respuesta, porque se comunicaba como tú, a distancia mediante una red invisible que ya no devuelve los mensajes. Fin repentino.

 Me dan pena las humanos. Se sorprenden por las desapariciones, cuando los gatos sabemos, que en la realidad, lo raro es que algo permanezca. 

 Pero qué le vas a pedir a seres que ni pueden lamerse los genitales.