Trs varios meses, mi soñador humano sigue en su cruzada lúdica, dispuesto a que informáticos de diversos países, testeadores yanquis de juegos, algún que otro español infiltrado y artistas digitales perezosos, se coordinen de alguna manera para acabar un juego estratégico sobre la Guerra Civil de aquí.
Todo esto mientras intenta acabar una novela, a la que a veces se acerca sin recordar por donde la había dejado. Es estupendo.
Pero no le voy a quitar su ilusión estival, porque me encanta la gente que piensa que el mundo es un desafío maravilloso en el que se cumplirán sus sueños más tarde o más tempano. Luego se estampan contra la realidad, que es lo más sincero que existe, suspiran resignados y, finalmente, adoptan un gato. A veces un perro, pero esos son unos enfermos.
Aunque hay incurables que siguen pensando que el mundo está ahí, a la espera de cumplir sus deseos, lo que pasa es que la gente no comprende su genialidad. Estos humanos son un peligro. Suelen degenar en profetas o, peor todavía, en políticos comprometidos con sus ideales, casi siempre totalitarios, pero que suenan bien si los adornas con discursos dramáticos. Porque los humanos valoran más la tragedia que la comedia. Los griegos ya lo sabían y no paraban de escribirlas.
Ya veré en qué acaba esta historia, mientras me desentiendo, me estiro al sol y disfruto del verano.