domingo, 9 de marzo de 2014

Decadencia orgullosa


 En estos días en que vuelve el sol por donde vivo, después de tres meses exiliado tras las nubes, me paso mucho más tiempo en la terraza, absorbiendo el calorcete entre mis pelos, antes de que vuelva otra de esas ciclo-gili-génesis petardas que lo mojan todo.
 Aprovecho la tumbona para leer cosas curiosas del fondo bibliotecario de mi amo. Ya saben que es un friqui de la Historia Antigua y coleccionista de obras griegas y romanas. Muchas de ellas son más plomizas que una visita al veterinario, pero siempre te puedes encontrar joyas escritas en un estilo que hoy llamaríamos moderno y repletas de tramas entetenidas, cotilleos malvados y héroes de capa y espada. Una de ellas es la "Historia" (así, a secas) de Amiano Marcelino.
 El tal Amiano era un oficial de alto rango del ejército romano de la segunda mitad del siglo IV. Época abundante en eventos convulsos, trágicos, traicioneros y conspiratorios, que anuncian el desmadre bárbaro del siguiente siglo. Poco más se sabe de su vida, excepto que era griego, aunque escribió su obra en latín.
 El título tan corto ya anuncia su estilo: sencillo y directo, pero no tonto ni burdo, porque Amiano escribe de una manera clara y agradable, que invita a seguir el hilo de su historia, que salta de un lado a otro del imperio según considere que hay algo que vale la pena contar.
 De su obra se conserva poco, por desgracia y por costumbre en las obras clásicas. Solo los últimos 25 años de su Historia (353-378), que comprendía unos 300 años más. Una pérdida irreparable, pero los pocos años que quedan son los que él vivió en persona y además repletos de aventura, intriga y ambiciones desmedidas.
 Amiano conoció a todos los emperadores de ese periodo, de los que habla con una imparcialidad notable, describiendo sus pocas virtudes y muchos defectos: Al paranoico y astuto Constancio, al cruel y cantamañanas Galo, al idealista y anticristiano Juliano, al severo e iracundo Valentiniano, al apocado pero intrigante Valente, al eficaz Teodosio. A todos los conoció y estuvo cerca de ellos. También a otras figuras de la corte imperial y de las tribus bárbaras, a las que respeta y nunca menosprecia.
 Nos describe juicios en los que estuvo presente y también torturas a testigos y ejecuciones con una dureza que llega a lo terrible, pero que denota que no eran más que una costumbre de la época, que acepta sin más. Pero Amiano no es cruel,  es solo un hombre de su tiempo y tiene su corazoncito: Es justo y siempre denuncia las injusticias y abusos de los poderosos cuando se valen de su cargo;  desprecia la continua intriga de los aristócratas alrededor de su emperador, en una lucha de egoísmo casi darwiniano por el poder que provoca la erosión del imperio; denuncia la constante falta de visión general de la gente en altos cargos, que no se da cuenta de la fragilidad del imperio que todos quieren dominar.
 Amiano también es curioso y se hace preguntas sobre el mundo que lo rodea. En medio de su historia suelta disgresiones sobre la naturaleza, que nos muestran a un soldado de muchas lecturas en su tienda de campaña. Nos habla de sus ideas sobre lo que son los terremotos, de los que da varias explicaciones, que van desde inundaciones subterráneas a tempestades que entran bajo tierra. De lo que es el Arco Iris, que explica correctamente. De las costumbres de pueblos bárbaros que conoce o sabe de oídas, a los cuales respeta, aunque sean tan salvajes para su cultura grecorromana como los hunos que "nunca desmontan de su caballo"
 Amiano cree en el imperio y sabe que está en peligro, que los bárbaros que lo desean ocupar son una ola que no cesa y que sus fronteras no son el dique infranqueable que publicitan en la capital. Lo sabe porque pelea con su unidad de caballería en las orillas del Eufrates, bajo un sol implacable, y en las frías riberas del Danubio; participa en la conquista y defensa de ciudades y fortalezas, en retiradas nocturnas donde se juega la vida, pierde amigos y conocidos, ve como un emperador, Juliano, muere en batalla y oye de primera mano como a otro, Valente, le pasa lo mismo... es exacta hasta la crudeza la descripción que hace de la muerte de un tercer emperador, Valentiniano, debida a un ataque cardiaco provocado por un arrebato de ira, tras oir una respuesta de un embajador bárbaro.
 Amiano estuvo allí, en primera línea de los hechos, y a través de sus ojos nos va mostrando el destino fatal del imperio, que se niega a aceptar, y que tuvo la suerte de no ver, pues murió poco antes de que los bárbaros cruzasen el Rin para siempre.

 Les dejo una muestra de su estilo. El final de su obra, cuando el viejo soldado calla para siempre:

"Viejo soldado y griego de nación, he hecho cuanto he podido por desempeñar bien mi cometido; presentando mi trabajo al menos como obra sincera, y en el que la verdad en ninguna parte, que yo sepa, se encuentra alterada o incompleta. Que cuenten lo demás otros más jóvenes y sabios, a los que aconsejo que escriban mejor que yo y eleven el estilo."

  A un tipo así seguro que le gustaban los gatos.

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