martes, 6 de mayo de 2014

Cañones de Agosto



 Reconozco que las guerras de los humanos me divierten sobremanera. Nunca las entendí bien, aunque creo que son una consecuencia lógica de esa costumbre que tienen de tomarse poco en serio la muerte de su semejantes, sobre todo si no hablan su lengua y son de otro país, más todavía si es el país que tienen al lado. Porque si hay algo que no soportan los humanos, que presumen de especie social y solidaria, es que a sus vecinos les vaya bien... o simplemente existan.
 En este libro de tamaño ajustado, que nunca cae en la monotonía, con una prosa ligera y cargada de un sutil humor a pesar del tema, Barbara W. Tuchman nos cuenta el primer mes de lucha de la I Guerra Mundial, más bien el primer mes y medio. Puede parecer poco tiempo, pero es el que decide que el resto de la guerra sea un continuo batir de cañones sobre las trincheras.  
 Tuchman no es historiadora, pero investiga como tal, con profundidad en las fuentes y testimonios de la época. Por esta obra recibió el Premio Pulitzer, que los humanos respetan mucho, y yo empiezo a hacerlo. Es una obra realmente notable que me afirma en mis convicciones de que el ser humano necesita ser tutelado por los gatos o acabará extinguiéndose.
 Aparte de narrar las dudas de los días anteriores a declararse la guerra y los movimientos iniciales, Tuchman se fija en la personalidad de las figuras militares y políticas de este mes, y las añade como una causa de lo que ocurrió esos días de movimientos y ataques constantes.
 Nos presenta a unos generales franceses que basan todo en la idea de "offensive au outrance" (ofensiva a ultranza), pensando que un montón de gallardos garçons de brillantes pantalones rojos, avanzando con la bayoneta calada, van a expulsar a los alemanes de Europa entera. El resultado es que empiezan a morir a miles frente a las ametralladoras germanas. Pero siguen insistiendo durante semanas.
 A unos generales alemanes concienzudos y detallistas, que como se retrasen en el meticuloso plan de avance un par de días ya empiezan a ponerse nerviosos. Además, no entienden la resistencia de los belgas a ser conquistados y achacan los ataques aislados a sus soldados por parte de la población civil a un plan de las autoridades belgas, por lo que empiezan a fusilar alcaldes... y luego a los hijos de los alcaldes. Su mente prusiana y disciplinada solo piensa que los "rebeldes" reciben órdenes "de arriba". Al final, considerando que los retrasan demasiado en su amado plan y que los belgas se comportan como "bárbaros", empiezan a fusilar aldeas enteras. 
 Luego están los generales ingleses, que cruzan con su pequeño ejército de apoyo el Canal de la Mancha, pensando en volver a cruzarlo cuanto antes. Se niegan a obedecer al mando francés y parecen unos invitados que no encuentran sitio hasta que se topan con los alemanes en su avance y solo piensan en pelear para que no les corten el camino de vuelta al Canal. 
El remate son los generales rusos, que avanzan sin movilizar sus ejércitos del todo, y tras unos éxitos iniciales debidos a la sorpresa, sus mal preparados ejércitos, carentes hasta de vodka, son machacados sin piedad en los bosques de Prusia Oriental por la apisonadora germana, hasta provocar el suicidio de uno de ellos antes de dejarse capturar. Pero cumplen lo pactado con Francia. 
Y la definitiva son los generales austrohúngaros, totalmente incompetentes frente a los pocos pero iracundos serbios y frente a los desordenados pero numerosos rusos, que los vencen sin piedad. 
Caso aparte, digno de un libro propio, es la aventura del crucero alemán Goeben, que tras escapar de la flota inglesa del Mediterráneo y entrar en Estambul,  su tripulación se "nacionalizará" turca sin pedir permiso y empezará a bombardear con su nueva bandera las ciudades rusas del Mar Negro. Lo que impulsará de forma definitiva la entrada de los turcos en la guerra. 
 Al final, en el frente occidental los ya cansados ejércitos alemanes serán parados en el río Marne, cerca de París, por un ejército transportado por los taxis de la capital, y deberán retirarse a posiciones más seguras, sumidos en la depresión más germánica por no cumplir los plazos de su refinado plan de avance. 
 Así comenzaba la locura de las trincheras, que muy pocos esperaban que fuera a pasar, porque si en algo estaban los dos bandos convencidos, quitando algún escéptico como lord Kitchener, es que aquella guerra no llegaba a la Navidad. Por eso se apuraban para conseguir la gloria y avanzaban, chocaban y morían en un torbellino de órdenes y contraórdenes. Para al final acabar clavados al suelo. Típico de los humanos. 
 No me extraña que a Moltke, Jefe del Alto Mando Alemán, le acabase dando un ataque de nervios a mediados de Septiembre y tuviera que ser relevado. Se daba cuenta de lo que se avecinaba. 

En fin, un libro totalmente recomendable para estas fechas de aniversario de la I Guerra Mundial. Aunque no entiendo la manía de los humanos en conmemorar las matanzas que se hacen entre ellos. Debe ser costumbre en las especies sociales y solidarias.
  








2 comentarios:

  1. Absolutamente recomendable, éste libro. Y dado que es la guerra del 14, hay muchos más, aunque abunda la literatura anglosajona y francesa más que las de otros países... que se quedan en las anécdotas...

    De los españoles, imprescindibles las crónicas de Gaziel, Blasco Ibáñez o Gómez Carrillo. Hubo periodismo español de calidad en la guerra, y crónica interesante, como la famosa rvista de "La guerra ilustrada", dirigida por Augusto Riera.

    Y dice un gato llamado Remo que hay un libro casi acabado cuyo título parece ser "Sangre de hermanos", una ucronía en la que el Reino de España entra en la guerra... pero ese tampoco es un gran libro. Pasable a lo más.

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  2. Mi gato espera anhelante tan sugerente novela.

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