lunes, 2 de abril de 2012

El último bosque


No, no exagero. La foto lo demuestra. Vivo a su lado, mi amo ha paseado cientos de veces por él. Me cuenta sus historias y leyendas, tan antiguas como sus troncos. Sé de lo que hablo. Son las Fragas do Eume.
Es (casi era) el último bosque atlántico que queda en Europa.
¿Qué es un bosque atlántico? Pues imaginad una ilustración típica de bosque tolkeniano y os hareis una idea cercana, porque ya no quedan.
Esos bosques europeos que aparecen en documentales y películas son reforestaciones o están tan humanizados que no son realmente bosques: con árboles todos de la misma edad, muy parejos en tamaño, con poca vida natural, que se podan y limpian a menudo. Modelados para picnics y senderistas urbanos.
El bosque verdadero era otra cosa. El bosque que se encontraron los romanos al conquistar el norte de Hispania, que pasearon los celtas y otros pueblos, que asustaron a los omeyas y daban miedo a los monjes medievales, que los creían llenos de almas vagabundas, ese bosque es otra cosa. Te metes cien de metros y te pierdes en otro mundo. También te pierdes literalmente.
Un bosque donde impera el ulular del búho real y el aullido del lobo, el jabalí y el corzo te los encuentras de cara a la menor ocasión y las plantas no las reconoces, porque son únicas, antiguas, desaparecidas hace tiempo. Los troncos son de todos los tamaños, pelean por el sitio y apenas te dejan espacio. No ves a más de diez metros entre tanto tronco y planta. Pero no es una selva tropical. Es otra cosa. El musgo cuelga de los troncos y ramas, hay riachuelos y torrentes cada pocos pasos, la niebla vaga perezosa la mayoría del día. El silencio es enorme, de cementerio, como si nadie, excepto el orgulloso búho monarca, quisiera llamar la atención. Pero sabes que te miran un montón de ojos, porque eres un patoso de otro mundo que pisas haciendo ruido en millones de hojas muertas.

Era un bosque que se salvaba de las quemas periódicas que asolan el monte gallego porque valía más vivo que muerto (turismo rural, viajes organizados). Estaba bien protegido. Los paisanos también se encargaban de ello. Nunca había sufrido un incendio. Quizá hace cientos de años, por culpa de un rayo, vete a saber, pero nadie vivo recuerda un fuego en esa fraga. Hasta ayer.
De sus 9000 hectáreas, 1000 ya van quemadas. Las mejores quizá, las más puras, las más profundas, las más alejadas de los pocos senderos. Se montó a conciencia un fuego intencionado, con cinco focos, bien preparados, en sitios difíciles. El sueño de todo pirómano real, loco pero concienzudo, sin ningún interés nada más que correrse al ver fuego devorando árboles centenarios.
Es difícil luchar contra la locura si se organiza.

En fin, esa zona era así:

http://www.youtube.com/watch?v=vanUjRaIm_c


1 comentario:

  1. Que gran tristeza. La existencia del bosque era importante, aunque jamás lo visitaramos. Sus susurros, sus presencias, sus musgos más secretos, poblaban nuestros sueños. ¿Que soñarán los hombres del futuro? ¿Las narraciones del bosque primordial serán tan extrañas y alejadas para ellos como ahora lo son para nosotros la epopeya de Gilgamesh? Están quemando nuestros sueños para prender los televisores. Los locos anhelan una trascendencia y solo pueden crear un triste sucedaneo del infierno. La posiblidad, aunque remota, de ver algún día al hombre verde, que nos alentaba en nuestros escondrijos de asfalto, se hace más y más improbable en esta vida. Quizás no nos merecemos ya ni la indiferencia de los antiguos dioses y lo que estamos sufriendo, esta lenta putrefacción moral, es su cólera, arcana e inflexible. Nos estará bien merecido, por confundir civilización con la ingesta y defecación de plástico.

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